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Contramonumentos

Maquillamos las ciudades para que lleguen a ser top-models y pretendemos que brillen por su apariencia. Conseguimos que se conviertan en espejismos que nos seducen a través de sus mentiras. Cuando nos cansemos de embellecerlas, veremos que el mobiliario urbano nunca fue pensado para el uso que creímos y será entonces cuando las putas, los yonkis, los inmigrantes, los turistas odiados y los locales amargados resurjan de su marginalidad para convertirse en un ciudadano más.

Los monumentos han perdido toda su función de erigir a una figura histórica y dan paso a los contramonumentos; artefactos que hacen apología a la funcionalidad y promocionan acciones espontáneas que constituyen la realidad de un lugar, destruyendo el dogma del espacio público como producto de consumo y dignificando así la miseria urbana.

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